Juan Tortosa (Público)
No saben lo que es la vergüenza. Eso es lo que les pasa a
los de la Gürtel, a Bárcenas con sus millones en Suiza, a los
“sobrecogedores” de sobresueldos, a los comisionistas de los Eres, a
iluminados agradecidos y generosos iluminadores, a egregios yernos y
trincones varios que últimamente infestan e infectan los informativos
nuestros de cada día. Y no saben lo que es la vergüenza entre otras
cosas porque nunca se han planteado que deban sentirla cuando meten la
mano.Y además mienten. Andan por la vida convencidos de que las cosas
son así y por tanto se limitan a actuar como creen que hay que hacerlo: ”
Total, todo el mundo lo hace”.
¿Corruptos? ¿Inmorales? ¿Pícaros? ¿Ladrones? ¡Qué va! Lo que no
quieren es que les llamen gilipollas. Eso sí les da vergüenza. Lo único.
No tienen conciencia de culpa ni de transgresión. Mucho menos de
delito. No sé usted, pero yo no conozco a nadie que esté avergonzado por
haber cobrado en negro una parte del dinero que le pagaron por aquel
piso que vendió. Al contrario, tenían miedo de que su pareja, su familia
o sus amigos le trataran de tonto si no aceptaba. Tampoco conozco a
quien le avergüence haber cobrado dos dietas de más o haber pasado más
kilómetros de los realmente realizados en un desplazamiento profesional.
Ni a quien le remuerda la conciencia por haber inflado una factura.
En este mayo tributario, amigos que tienen pisos alquilados se jactan
ufanos de haber conseguido que la declaración de la renta les salga “a
devolver”. Caras de espanto me han puesto cuando he osado preguntarles
si han incluido los alquileres que cobran. ¡Por supuesto que no! Una
querida amiga que echa horas por un tubo en un bar de mi barrio tiene
un contrato de media jornada y se siente privilegiada cuando se compara
con las peores condiciones en las que trabajan muchas de sus
compañeras. Para su jefa, eso es “lo normal”. Todo el mundo lo hace.
Yo no sé si a esta manera de funcionar habría que llamarla
corrupción, picardía, inmoralidad o poca vergüenza pero es un hecho.
Tenemos incrustada en nuestro comportamiento diario una especie de doble
moral que, cuando por elevación la llevamos al terreno de la alta
política y las estratosféricas finanzas, se traduce en que los que roban
dinero a espuertas o quienes esconden millones en paraísos fiscales no
sienten el más mínimo remordimiento por hacer lo que hacen. Es “lo
normal”. Todo el mundo lo hace. Proporciones distintas, actitud similar.
Los “presuntos” delincuentes de altos vuelos y baja estofa, de guante
blanco y sangre multicolor que durante los últimos años han saqueado
impunemente bancos, constructoras, diputaciones, ayuntamientos,
autonomías y demás instituciones españolas tienen que acabar más pronto
que tarde dando con sus huesos en la cárcel y devolviendo todo lo
robado. Es urgente que lleguen los escarmientos ejemplares, pero también
es imprescindible que nuestros hijos crezcan convencidos de que la
desfachatez no puede ser rentable. Que mentir es de impresentables. Que
ser honrados merece la pena. Que quien trinca nunca sale bien parado
aunque en un principio lo parezca. Y que eso de la doble vara de medir…
como que no.
Para conseguir esto igual sería bueno, por ejemplo, que ahora que los
peces gordos comienzan a desfilar por los juzgados, y esperemos que
pronto camino del trullo, los “pezqueñines” que siguen cobrando o
pagando en negro, que no declaran alquileres o tienen gente trabajando
sin contrato dejaran de actuar así. Este país empezará a tener políticos
decentes cuando todos reivindiquemos a diario nuestra propia decencia.
Cuando dejemos de tener sensación de ser unos gilipollas si no hacemos
trampas.
Yo espero que llegue el día en que
pueda pedir factura con iva, declarar el alquiler y no tener que pagar
ni cobrar en negro sin que nadie me mire como a un extraterrestre ni me
acabe diciendo pero qué tonto eres. Mejor espero sentado, ¿no?
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