Tierra de nadie
Juan Carlos Escudier
De Correa se podrá decir lo que se quiera, desde que era
corrupto de tomo y lomo hasta que se gastaba los convolutos en gomina,
pero lo innegable es que a generoso no le ganaba nadie. ¡Cuántos relojes
de marca y bolsos de Vuitton no habrá regalado este hombre! ¡Cuántos
viajes gratis no habrá dispuesto este tour operador para dirigentes del
PP, tan ansiosos ellos de conocer mundo! Con las celebraciones
familiares se desvivía. En este tipo de actos echaba el tío el resto, ya
fuera una comunión, un cumpleaños con payaso y confeti o una boda de
alto copete.
Cualquiera se habría conformado con comprar a los novios el cenicero
de cristal de Bohemia de la lista de bodas de El Corte Inglés o con el
sobre anónimo de cien euros para pagar el cubierto del matrimonio, los
dos críos y la suegra, que en casa no la íbamos a dejar. Correa, no. A
Benjamín Martín Vasco, ex diputado autonómico madrileño y ex teniente de
alcalde de Arganda, le pagó el convite –casi 35.000 euros- y hasta la
noche de bodas en el Ritz, porque a la hora de consumar no va a ir uno a
una pensión de tres al cuarto. Lo que tenía suelto después de haberle
abonado unos 40 viajes –lo de Phileas Fogg en 80 días era un broma a su
lado-, unos 260.000 euros en metálico y en ingresos en Suiza y unos
cuantos relojes.
Obviamente, la niña de Aznar no podía ser menos, siendo como era
amigo de la familia. Así que apoquinó 32.000 euros para la iluminación
del baile, el más luminoso de los que se recuerdan por estos pagos. Iba
la novia tan blanca y tan radiante que hubiera sido un pecado marchitar
tanto tronío con una par de halógenos y un fluorescente de cocina.
Encender un enlace tan imperial debió ser toda una metáfora para el
divino Correa. ¿Qué hermosa recreación del Génesis! La luz se hizo y de
qué forma.
El desprendimiento de este benefactor de los conservadores hay que
situarlo en un contexto más general. El PP era y es un partido rumboso,
munífico, de una largueza tal que no habría entendido la tacañería. Su
dirigencia aborrece la mezquindad y, reconozcámoslo, los sueldos de
diputado, presidente autonómico o de alcalde no dan ni para la
calefacción en invierno, especialmente si se tienen techos tan altos
como los de Esperanza Aguirre.
Además, llegar a miembro del comité ejecutivo del PP no es fácil. Si
antes no era sencillo reírle las gracias a Aznar, que lo de este hombre
no son los chistes, más complicado todavía resultaba tratar con Rajoy,
que le ibas con una proposición de ley para emprendedores y te contaba
la última ascensión a Alpe d’Huez. Tanta dedicación al partido había que
recompensarla, más si se trataba de Cascos, que por aquella época pasó
de la unidad familiar a la docena familiar, y menos, pero suficiente, si
el que ponía el cazo era el responsable de Estudios y Programas, que al
fin y al cabo era muy parecido elección tras elección.
De lo que han declarado hasta la fecha algunos perceptores de los
sobresueldos de Bárcenas y Lapuerta, se deduce que hasta el último mono
de la ejecutiva se llevaba a casa el aguinaldo mensual, lo justo para
vivir como pachás y recompensar su entrega y su dedicación al servicio
público y al bien común. Obviamente, esto ponía el listón muy alto a
Correa, que habría parecido un roñica regalando pulseras de Uno de 50.
Las gratificaciones del PP a sus dirigentes sólo podían proceder de
las subvenciones públicas –es decir, del bolsillo los contribuyentes– o
de las donaciones privadas, fundamentalmente de constructores, con las
que supuestamente se conseguían adjudicaciones de obra pública pagadas
entre todos a escote.
Con sus presuntos sobornos, Correa lograba la organización de los
actos del PP, abonados con las subvenciones públicas, y de
administraciones gobernadas por el partido, financiadas también por los
de siempre. Simultáneamente, los constructores pagaban los actos
electorales del PP que organizaba Correa a cambio de las obras públicas
que volvíamos a sufragar los mismos.
No hay duda de que el engominado de Gürtel era un tipo generoso que
puso a Aznar y su prole bajo los focos. Nosotros nos hemos limitado a
pagarle las fiestas. Es lo menos que podíamos hacer.
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