A lo mejor
son manías mías, pero tengo la impresión de que en el caso Bárcenas
todo marcha a una lentitud exasperante. Al principio parecía cosa del
parón veraniego, que la justicia había cerrado por vacaciones después de
meter a Bárcenas en Soto del Real como si lo hubieran mandado a un
camping. Pero va terminando septiembre y las cosas no se han movido
mucho. Al juez Ruz se le acaba de ocurrir que podría haber indicios de
delito en la destrucción de los ordenadores de Bárcenas, una sospecha
que se me había ocurrido a mí, a usted y a Bárcenas aproximadamente a
los quince segundos de enterarnos de la noticia. No sé, sonaba raro, qué
quieren que les diga.
En este asunto, al
juez Ruz nadie le puede reprochar que no se ande con pies de plomo. De
plomo y de doble suela. Cuando pidió al fin el traslado de los
ordenadores del ex tesorero lo hizo con tantas precauciones que lo
extraño no es que se hubieran borrado los discos duros, sino que la sede
del PP siguiera todavía en el mismo sitio. Si espera un poco más, la
calle Génova podría haber sido arrastrada por la morrena de un glaciar
cayendo desde Somosierra. Las diligencias del caso Bárcenas llevan el
mismo ritmo que algunas secuencias de Tarkovski, un director al que le
ocurrió más de una vez que, al concluir una toma, a varios actores ya
les había crecido la barba. Una vez un amigo llegó a casa de madrugada,
encendió la tele y se puso a ver el comienzo de Solaris,
la escena en que el protagonista se queda mirando el flujo de un arroyo
y son como cinco minutos de nenúfares, chinarros submarinos y ondas
acuáticas. Su padre salió en pijama a beber un vaso de agua, se sentó
junto a él en el sofá y se quedó mirando la tele hasta que le pegó un
codazo: “Chico, que se ha encallado el video”.
No es únicamente el
juez: el PP ha repudiado a Bárcenas tan despacio, tan poco a poco, que
más que echarlo, lo estaban despidiendo con pañuelos y cartas de
recomendación, al estilo de esas madres que expulsan de casa al hijo
descarriado, pero le siguen guardando el cuarto con los posters aun
colgados de la pared y la cama intacta. Se estaban quitando de Bárcenas
como quien se aparta de un vicio o una pasión enloquecedora, carta a
carta, mensaje a mensaje. “Luis, lo entiendo. Sé fuerte. Mañana te
llamaré”, le dijo Mariano en un sms donde no hacía falta ni el
emociono. Teniendo
en cuenta cómo calcula los tiempos Mariano y el ritmillo que lleva todo
esto, el mañana prometido todavía va a tardar un rato.
Incluso el propio
Bárcenas parece instalado en la cámara lenta, ese tempo fantasmal de los
astronautas en la superficie lunar jugando con una pelota a gravedad
cero. Ahora que está en la cárcel, teme que vigilen sus movimientos
cuando, desde hace varios años, le deben de haber grabado hasta los
ronquidos. Cualquier día sale a la venta, junto con el próximo cuaderno
de contabilidad, un especial de Bárcenas con moviola y repetición de las
mejores jugadas.
Vamos a reírnos un poco con el humor de David Torres:-)
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