En Dorset
(Minnesota), una población de unos treinta habitantes, han reelegido
alcalde a Bobbie Tufts, un niño de cuatro años. Tufts ganó sus primeras
elecciones sin apenas saber balbucear, cuando sacaron su papeleta de un
sombrero donde estaban revueltos los nombres de todos los vecinos del
pueblo. Este proceso electoral parece arbitrario pero no tanto como el
de Ana Botella, por ejemplo, que ganó el cargo de rebote porque al
anterior propietario le dieron una piruleta más gorda. De hecho, la
noticia resulta rocambocalesca a cualquiera, excepto a un madrileño.
Aquí un niño de cuatro años podría resolver prácticamente cualquier
gestión municipal mejor que la señora de Aznar, empezando por la
investigación del Madrid Arena.
El hecho de que un
infante que acaba de abandonar los pañales lleve sin mayores apuros los
asuntos de una pequeña alcaldía debería hacernos reflexionar sobre el
sueldo que pagamos a nuestros servidores públicos. Tufts va que chuta
con un bastón que casi le dobla el tamaño y unos cuantos tebeos. No
necesita sueldo, ni sobresueldo, ni paga extra, ni comitiva con escolta
para acudir a la peluquería. Aquí los políticos están sobrevalorados, y
disculpen la referencia a Bárcenas. En España tenemos ayuntamientos cuya
gestión la podría desempeñar perfectamente un loro, sin mayores gastos
que una ración extra de pipas.
Gallardón dirigió
Madrid durante dos gallardonatos y pico del mismo modo que podía haberlo
hecho un niño malcriado con sus juguetes. Respaldado por lamentables
melindres pedagógicos, se dedicó a mover hormigoneras sin ton ni son, al
cubo y a la pala, sin que ningún adulto le endosara dos hostias bien
dadas. Se pasó ocho años jugando al guá con las aceras, al escondite con
los arqueólogos y al pilla pilla con los taxistas. Hizo de la M30 su scalextric particular
y nadie le puso cara a la pared ni le quitó la tuneladora. Por puro
capricho, porque le dio la gana, cambió la estatua de Colón de sitio
para alzar una rotonda absurda igual que un crío amasa un castillo en la
playa. Se gastó lo que no está escrito en invitar a sus amiguitos del
Cómite Olímpico dos o tres veces, únicamente para ver si al final venían
a jugar a su casa. Al final se hartó del scalextric, del lego, de excavar guás y del monopoly
de la capital y se lo dejó a una amiguita suya para irse a jugar a otra
cosa. Nos dejó una ciudad hecha cisco y un pufo acojonante para varias
generaciones. Tufts nos habría salido más barato, eso seguro.
En uno de sus
monólogos insensatos, mientras ejercía algún cargo político, Groucho
examinaba unos papeles y decía: “Esto lo entendería hasta un niño de
cuatro años”. Y luego, ya en voz baja: “Que traigan a un niño de cuatro
años, a mí me parece chino”. Bukowski insufló a este pensamiento un
sesgo filosófico: “Todos nacemos genios y nos morimos tontos”. Visto el
currículum y el historial de buena parte de nuestros cargos públicos,
propongo una enmienda a la ley electoral. Edad máxima para ejercer de
alcalde, ocho años. Presidente, seis años. Requisitos: que no babeen,
que no se tiren mierda unos a otros y que no se caguen encima.
Ja,ja,ja que bueno!!!
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