Pretender que los valencianos suelten 20.000 euros para pagar a su
presidente un curso de liderazgo es de risa, pero las justificaciones
del vicepresidente han sublimado el chiste hasta convertirlo en un
espectáculo de Faemino y Cansado. Según explicó Císcar, si Fabra había
contratado a un entrenador personal para que le enseñara a ejercer el
cargo es porque “se exige mucho” y su “afán de superación y de formación
permanente” no conoce límites.
Todo ello, añadía Císcar sólo podía redundar en beneficio de los
valencianos, que lógicamente querrán que su presidente sea un pedazo de
líder en vez de un lidercito de tres al cuarto. Cuando creíamos que con
los trajes y los amiguitos del alma de Camps habíamos visto todo, llega
Fabra y revoluciona el mundo del surrealismo y del psicoanálisis.
Fabra es a la vez muy tonto y muy listo, aunque si de algo carece es
de osadía. Los valencianos quieren un megalíder, claro, pero también un
presidente con más pelo, políglota, descansado y feliz. Estarían
dispuestos a pagarle clases de chino –las de valenciano ya las abonan-,
viajes mensuales a las Mauricio, un transplante capilar a lo Bono y un
descapotable para que el viento agite su melena recién estrenada.
Los 20.000 euros son una menudencia, teniendo en cuenta además que el
coach de Fabra no sólo es un experto en técnicas de gestión de equipos
sino que también ofrece un curso completo de “maestría del amor”, mucho
más fino que el Kamasutra, lógicamente. Con su renuncia en aras de la
austeridad, el dirigente más tonto y más listo al que Valencia podría
aspirar realiza un sacrificio que será recordado en los anales del morro
y de la pamplina.
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