David Torres
España ya no es la que era, ni siquiera la que iba a ser.
Cientos, miles, docenas de miles de chavales agarran el petate y se
largan al extranjero, donde sea, cuanto más lejos mejor. No es como
cuando nuestros abuelos se iban a hacer las américas y volvían con una
fortuna portátil en las manos; ni tampoco lo mismo que cuando nuestros
padres marchaban a trabajar de albañiles o de camareros unos años para
sacarse unos ahorros y regresar. Ahora se va la generación más preparada
de nuestra historia (médicos, científicos, ingenieros, licenciados,
doctorados) hartos de un panorama negro como la pez, de un país que sólo
ofrece oportunidades a mangantes, lameculos e inútiles en general.
Y se van para no volver, no ya porque aquí no haya futuro, que no lo
hay, sino porque el poco presente que nos quedaba lo vamos dilapidando a
ritmo de pasodoble. Una monarquía putrefacta, una justicia empantanada,
una casta política corrupta o inepta dan la medida del país. Se están
yendo los cerebros y se quedan los culos, los estómagos agradecidos,
también los pobres que no tienen ni petate que liar ni piernas para
echar a correr.
Luis León, un amigo al que encontré en facebook trabajando de
cocinero en Canadá, me dice que él no piensa volver, que ya está
arreglando los papeles de inmigración para quedarse allí. No es un mal
sitio para residir, algo frío, pero hace más frío aquí y más frío que va
a hacer. Luis no es el único sino sólo uno más de los miles y miles de
exiliados forzosos que se han lanzado al ancho mundo en busca de un
curro, de una tabla de salvación. A este paso, facebook se va a convertir en la provincia más grande de España, la más joven desde luego, y la más lúcida también.
Esto es algo que siempre le agradeceremos a Mariano, pero también a
José Luis, que estuvo ocho años llevando el relevo; a Jose Mari, que
forjó una prosperidad con techo de cemento y pies de barro, un linaje de
oligarcas analfabetos y jornaleros eruditos; a Felipe, que despilfarró
una década en pelotazos y bonsáis; a todos y cada uno de los mandamases
que siguieron promocionando una España de charanga y pandereta, un país
de servicios, de camareros, de chapuzas, de banqueros impunes, de juerga
y chirigota.
Lo que ha quedado, después de la juerga, es un lodazal devastado, una
olla podrida, una corrida de toros humanos, un hazmerreír, un
hazmellorar donde el dinero público se va por el desagüe de los eres
andaluces o esquía tranquilamente por las cuentas suizas. Gracias a todo
eso y a los hospitales desguazados y los colegios reconvertidos en
guarderías se ha actualizado de golpe aquel escalofriante soneto de
Quevedo en que no veía cosa en que poner los ojos que no fuese recuerdo
de la muerte. El último que apague la luz.
Que bueno! I tristemente certero....
ResponEliminaCuánta razón lleva!
ResponElimina