TIERRA DE NADIE (en Público)
Juan Carlos Escudier.
04 abr 2013
Nos lo repetían una y mil veces y no hacíamos ni caso. Hasta el
Rey nos lo había dicho en plan solemne la Nochebuena que empezó a borrar
a su yerno del álbum de fotos de la familia poco antes del tradicional
atracón de langostinos: la Justicia es igual para todos, proclamó. Y
tampoco le hicimos caso. Una mayoría de nosotros siguió erre que erre,
desconfiados, suspicaces. Maldito escepticismo.
Apenas unas pocas mentes libres de prejuicios habían interiorizado el
concepto. Los banqueros, por ejemplo, siempre supieron que la Justicia
es igual para todos ellos. Nadie está a salvo de errores, es cierto,
pero para eso se ha inventado el indulto o el Banco de España, por lo
que la igualdad no deja de estar asegurada. En la Justicia se pudo
confiar, y por esa razón siempre se encomendaron a ella los políticos
pillados en renuncio o en una recalificación urbanística, los
empresarios que alzaban bienes como quien iza una bandera y los
hipotecados, que tenían clarísimo que si dejaban de pagar tres cuotas
tendrían que instalarse debajo de un puente porque la Justicia les
desahuciaba a todos por igual.
Pese a estos datos irrefutables, eran legión quienes no terminaban de
creérselo, hasta que ayer se conoció la imputación de la infanta
Cristina y se cayeron del caballo con todo el equipo de campaña. El caso
de la hija del Rey es la demostración palpable de que la señora de la
balanza es completamente ciega y no hace trampas con la venda a la que
te descuidas.
De hecho, cualquiera habría recibido el mismo trato que ella. ¿Qué
propietario al 50% de una sociedad a la que se canalizaban pagos
supuestamente irregulares no habría tardado dos años en ser llamado ante
el juez para escuchar sus explicaciones? ¿Qué juez no habría creído a
pies juntillas durante este tiempo que una persona como la infanta podía
disfrutar los fondos de la empresa de la que es copropietaria o ser
consultada sobre algunos de sus proyectos sin tener forzosamente que
conocer a qué se dedicaba en realidad el otro copropietario, es decir su
marido? ¿Iba a ser menos una infanta que Ana Mato, la princesa de la
inopia?
Es más, si apuran el razonamiento es posible que se este cometiendo
una pequeña injusticia con Cristina por ser infanta, un desgraciado
accidente éste de ser alteza que ocurre en las mejores familias. ¿Por
qué hay que presuponer que el Rey, además de reconvenir a Urdangarin por
sus actividades a través de sus emisarios, tuvo forzosamente que dar
cuenta a su hija de sus temores y pedirle que se apartara de los
negocios de su marido? ¿Por qué le iba a parecer sospechoso que su
esposo tuviese cuentas en Suiza si las tenía toda la familia?
Llegados a este punto, es normal que Zarzuela haya roto su costumbre
de no comentar las resoluciones judiciales y un portavoz corriera a
expresar su sorpresa por la imputación. Afortunadamente, en este país la
Justicia funciona y si un juez yerra no faltara un fiscal
anticorrupción que trate de desfacer el entuerto. Una cosa es que la
Justicia sea igual para todos y otra es el celo desmedido de un
magistrado justiciero, aunque con un par de años de retraso.
Parafraseando a Aznar, créanme cuando les digo que la mejor forma de
superar el escepticismo es dejar de hacer preguntas capciosas del
siguiente tenor: ¿No estaba el Rey obligado a denunciar a su yerno si
sabía que se lo estaba llevando crudo mucho antes de que el asunto
llegara a los tribunales? ¿No habría impedido así el saqueo de dinero
público? ¿De dónde pensaba la infanta que salieron los casi ocho
millones de euros que costó el palacio en Pedralbes y su reforma
versallesca, o el millón y medio de los pisos de Palma? ¿Creía Cristina
que todas las asistentes del hogar de este país debían ser inmigrantes
irregulares y además cobrar en negro?
Lo realmente importante es que, sin ningún género de dudas, ha
quedado demostrado que la Justicia es igual para todos. Y tengan la
bondad de no reírse. Es un favor que humildemente les pido.
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