divendres, 7 d’agost del 2015

Carta abierta a Felipe VI- Ramón Cotarelo



















Estimado señor: en 1716, un antepasado suyo, Felipe V, abolió de un plumazo los derechos y libertades catalanas
 tras someter Barcelona mediante conquista militar. Trescientos años después quiere el destino que venga usted a impedir
 que los recuperen.
Acaba usted de espetar un discurso a un gobernante democrático, elegido por las urnas, como usted no lo ha sido, 
cuyo contenido esencial reside en recordar la necesidad de respeto al principio de supremacía de la ley, sin el cual, no es 
posible la sociedad civilizada.
¿Con qué autoridad dice usted eso a un presidente que, como él mismo señaló en una entrevista posterior, nunca se ha 
saltado la ley? Contestemos a esta fastidiosa pregunta.
Su autoridad personal en la materia que, a fuer de republicano, este blog no reconoce, es inexistente. Su poder viene 
directamente de la designación de un militar golpista, un delincuente perjuro que se alzó contra su gobierno y usted no 
ha tenido el coraje ni la gallardía de refrendarlo mediante una consulta a la ciudadanía, un referéndum en el que 
esta decida si quiere seguir con la monarquía o prefiere la República, el último régimen legítimo que hubo en España, 
pues el suyo no lo es.
Usted carece de autoridad pero se hace eco de la del gobierno español, ese sí, elegido por sufragio universal. Es este 
quien ha enviado a usted a Cataluña a recitar el catón elemental del Estado de derecho: el respeto a la ley, 
que a todos nos obliga, incluidos los gobernantes.
En términos abstractos esto es cierto. En términos concretos, aquí y ahora, en España, no solo no lo es, sino que es una
burla. El gobierno que exige a Mas el cumplimiento de la ley, la cambia a su antojo, unilateralmente, sin consenso 
alguno, valiéndose de su rodillo parlamentario cuando le conviene, de forma que esa ley ya no es una norma de razón 
universal, general y abstracta que atienda al bien común, sino un dictado de los caprichos del gobierno del PP que, como
sabe usted perfectamente, es el más corrupto, arbitrario e incompetente de la segunda restauración. Un solo ejemplo
lo aclara: el mismo día que el presidente de ese gobierno, un hombre sin crédito ni autoridad algunos, sospechoso de 
haber estado cobrando sobresueldos de procedencia dudosa durante años, denuncia que los soberanistas catalanes 
intentan "cambiar las reglas del juego" al desobedecer la ley, sus acólitos presentaban un proyecto de ley de reforma 
del sistema electoral español para cambiar las reglas de juego a tres meses de unas elecciones. Y nadie en España, ni 
un medio de comunicación, ni un publicista ha denunciado esta arbitrariedad, esta ley del embudo.
Ciertamente, los gobernantes dicen que, si a los catalanistas no les gusta la ley, pueden cambiarla, pero legalmente, 
como han hecho ellos. No tengo a usted por una lumbrera, pero imagino que no se le escapará la impúdica hipocresía
de este razonamiento pues los catalanes jamás serán mayoría en cuanto catalanes en España y, por tanto, no pueden 
materialmente cambiar la ley y están condenados a vivir bajo la que la mayoría les impone. Siempre. Por si no lo sabe 
usted, eso se llama "tiranía de la mayoría" y es tan odiosa como la de la minoría.
No, señor, el asunto ya no es de respeto a la ley. El asunto es de legitimidad, o sea mucho más profundo y antiguo. Pero, 
por no abusar de su paciencia, se lo expondré a usted en tres sencillos pasos a imitación de la triada dialéctica hegeliana 
que sirve para explicar la evolución de la realidad, pero también su involución.
Primero vino una guerra civil y cuarenta años de dictadura que forjaron una realidad española en la que se mezclaban 
los sueños de fanfarrias imperiales con los harapos de un país tercermundista, gobernado por los militares y los 
curas, como siempre. Fascismo, nacionalcatolicismo, centralismo, ignorancia, represión y robo sistemático. Fue la tesis.
Luego llegó la transición, la negación de la tesis, la antítesis. España se convertía en una democracia homologable con el 
resto de los europeas. Se negaba la dictadura. El Estado se descentralizaba y devolvía libertades a los territorios, se 
promulgaba una Constitución que consagraba la separación de la Iglesia y el Estado y propugnaba un Estado social 
y democrático de derecho. Y se acariciaba la ilusión de que era posible una continuidad normal del Estado, por encima de 
los avatares históricos.
Por último llegó la negación de la antítesis, la negación de la negación, la síntesis. Con el triunfo aplastante del PP en 2011, 
volvió el espíritu de la dictadura, el gobierno de los  curas (o de sus sectarios del Opus Dei), el nacionalcatolicismo. Se 
conservó la cáscara de la Constitución, pero se la vació de contenido con la ayuda del principal partido de la oposición, 
cómplice en esta involución y se procedió a recentralizar el país, atacando el régimen autonómico y burlando las 
expectativas catalanas, de forma que su estatuto carece de contenido. De nuevo con la ayuda del PSOE y la diligente 
colaboración de todas las instituciones del Estado. La que más se ha usado ha sido un Tribunal Constitucional carente de 
todo prestigio y autoridad moral por estar plagado de magistrados al servicio del gobierno o sectarios del Opus Dei, con su presidente a la cabeza, militante y cotizante del PP. 
Así están hoy las cosas en España, señor mío. Un gobierno de neofranquistas y nacionalcatólicos, empeñados en imponer
sus convicciones como ley de la colectividad, impregnado de corrupción, basado en un partido al que algún juez considera
una asociación de delincuentes. Un gobierno que ha provocado una involución sin precedentes, una quiebra social 
profunda (lea usted las estadísticas de pobreza, las de paro, las de productividad, las verdaderas, no las que fabrica 
esta manga de embusteros) y una quiebra territorial mucho más profunda, que él mismo reconoce de una gravedad 
extrema y de la que es el único responsable por su incompetencia, autoritarismo y corrupción.
¿Cree usted que ese gobierno tiene autoridad para hablar de la ley?  ¿La tiene usted?
No le extrañe que los catalanes quieran liberarse de esta tiranía personificada en estúpidos provocadores como ese 
que quiere "españolizar a los niños catalanes". Muchos otros, si pudiéramos, haríamos lo mismo. No quieren, no queremos, vivir otra vez el franquismo. 
Y usted, le guste o no, lo representa.