Albert Lladó para La Vanguardia
El propietario del
bar más antiguo de Barcelona decide seguir tras al apoyo ciudadano, pese a que
el domingo 31 se le acaba el alquiler y la mediación del Ayuntamiento aún no ha
dado resultados
Cafés con poso
Olor
a absenta. El azúcar quemándose, las paredes descorchadas, el cartel de “prohibido
cantar”, las lámparas de araña llenas del polvo de los años más canallas de una
Barcelona que, sea por la crisis o por la especulación inmobiliaria, no para de
bajar persianas. El bar Marsella,
el más antiguo de Barcelona (inaugurado en 1820, según algunas fuentes),
parecía tener las horas contadas. El propietario del edificio ha decidido
vender el bloque completo y, por ello, se niega a renovar el contrato de
alquiler a José Lamiel,
quien dirige actualmente el establecimiento por el que pasaron, entre otros,
Picasso, Dalí, Hemingway u Ocaña.
Lamiel
no se resigna. Él pertenece a la tercera generación familiar que regenta el
Marsella, local situado en el corazón del Raval, en la esquina entre Sant Pau y
Sant Ramon, justo enfrente de la flamante nueva filmoteca. El apoyo ciudadano
que ha recibido durante las últimas semanas, tanto de vecinos, clientes, y de
otros bares míticos de la zona, le ha hecho coger fuerzas. El domingo 31 de
marzo tenía que ser la última noche. Pero no, Lamiel ha decidido luchar, y nos
cuenta que piensa seguir abriendo hasta que se llegue a un acuerdo: “Nosotros
siempre hemos estado dispuestos al diálogo”. Añade que “no podemos cerrar un
sitio así en pocos días, la gente nos ha pedido que no lo pongamos tan fácil”.
¿Y el Ayuntamiento? ¿Qué tiene que decir el consistorio ante la inminente
desaparición de parte de la memoria del barrio?
No es posible el
derribo
El ayuntamiento de Barcelona insiste una y otra vez en
que se trata de un conflicto entre intereses privados, que lo máximo que pueden
hacer es lo que, de hecho, ya han hecho: poner un servicio de mediación entre
ambas partes. “Se está trabajando, pero este tipo de negociaciones nunca son
rápidas”, apuntan. La idea está clara: un propietario quiere vender su edificio
(un edificio que el propio consistorio denunció que estaba en mal estado) y en
el “pack” está incluido el Marsella. ¿Pero estamos hablando de un simple bar,
un local más para aumentar la transacción, o de un patrimonio de la ciudad?
Es
cierto que el Ayuntamiento incluye el establecimiento en su catálogo de
patrimonio, pero con la calificación C, el nivel de protección más bajo
(también existe el nivel D, pero está dedicado a los bienes de interés
documental). Literalmente podemos leer en el catálogo: “El interés del bar
Marsella radica en que crea un tipo de ambiente característico del Raval,
seguramente imposible de exportar a otra zona de Barcelona. El estado de
aparente dejadez le confiere un tono apto para las reuniones bohemias. La singularidad,
pues, no hay que buscarla ni en el mobiliario -vitrinas, espejos y pavimentos
un tanto degradados, e iluminación incorrecta-, sino justamente en la capacidad
evocadora a otro momento histórico que este local provoca”. Incluso reconocen
en el texto que “han ido desapareciendo locales similares en la zona”. Por
ello, si hay que intervenir como consistorio, se debe garantizar el
“mantenimiento ambiental” y el “de los elementos ornamentales interiores
originales”. Una solución sería que el comprador del edificio ofreciera al gerente
del local un nuevo contrato de alquiler o de compra, y esas y otras
alternativas, según nos explican desde fuentes oficiales, están proponiendo
como mediadores. Hasta ahora, no hay resultados concretos.
Aunque
el nivel C (Bien de Interés Urbanístico) es la categoría que menos protege al
establecimiento, la página web del
Ayuntamiento dedicada al patrimonio arquitectónico explica que, como en el
nivel A (Bien Cultural de Interés Nacional) y en el B (Bien Cultural de Interés
Local), "es obligado el mantenimiento y no es posible el derribo".
La presión ciudadana
Lamiel, que nos recuerda que si cierran se quedan cuatro familias sin trabajo,
se ha dado cuenta de que las firmas electrónicas contra el cierre (en change.org ya hay más de 3.000) son una
forma de presión importante: “Muchos creen que no sirve para nada, pero no es
verdad”.
Estos
días el Marsella -abarrotado por una mezcla de curiosos, turistas despistados,
e indignados con su potencial cierre- combina su decoración barroca, sus
espejos y sus botellas antiguas, con carteles que animan a detener la clausura
del local. De todos modos, José Lamiel, que está en la puerta del bar dando la
bienvenida a todos los clientes que han venido a apoyarle, asegura que durante
esta última semana no ha recibido noticias ni del Ayuntamiento ni del
propietario. Todo sigue su curso, la fecha señalada se acerca, pero él ha
tomado la decisión de no abandonar.
El
Marsella tiene casi dos siglos de historia. Y, pese a todas las dificultades,
aún respira.
tendremos que ir a tomar algo!
ResponEliminaMe apuntoooo!!!!
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