divendres, 29 de març del 2013

El Marsella se resiste a cerrar


             Albert Lladó para La Vanguardia  

     

      El propietario del bar más antiguo de Barcelona decide seguir tras al apoyo ciudadano, pese a que el domingo 31 se le acaba el alquiler y la mediación del  Ayuntamiento aún no ha dado resultados


Cafés con poso
Olor a absenta. El azúcar quemándose, las paredes descorchadas, el cartel de “prohibido cantar”, las lámparas de araña llenas del polvo de los años más canallas de una Barcelona que, sea por la crisis o por la especulación inmobiliaria, no para de bajar persianas. El bar Marsella, el más antiguo de Barcelona (inaugurado en 1820, según algunas fuentes), parecía tener las horas contadas. El propietario del edificio ha decidido vender el bloque completo y, por ello, se niega a renovar el contrato de alquiler a José Lamiel, quien dirige actualmente el establecimiento por el que pasaron, entre otros, Picasso, Dalí, Hemingway u Ocaña.
Lamiel no se resigna. Él pertenece a la tercera generación familiar que regenta el Marsella, local situado en el corazón del Raval, en la esquina entre Sant Pau y Sant Ramon, justo enfrente de la flamante nueva filmoteca. El apoyo ciudadano que ha recibido durante las últimas semanas, tanto de vecinos, clientes, y de otros bares míticos de la zona, le ha hecho coger fuerzas. El domingo 31 de marzo tenía que ser la última noche. Pero no, Lamiel ha decidido luchar, y nos cuenta que piensa seguir abriendo hasta que se llegue a un acuerdo: “Nosotros siempre hemos estado dispuestos al diálogo”. Añade que “no podemos cerrar un sitio así en pocos días, la gente nos ha pedido que no lo pongamos tan fácil”. ¿Y el Ayuntamiento? ¿Qué tiene que decir el consistorio ante la inminente desaparición de parte de la memoria del barrio?

No es posible el derribo

El ayuntamiento de Barcelona insiste una y otra vez en que se trata de un conflicto entre intereses privados, que lo máximo que pueden hacer es lo que, de hecho, ya han hecho: poner un servicio de mediación entre ambas partes. “Se está trabajando, pero este tipo de negociaciones nunca son rápidas”, apuntan. La idea está clara: un propietario quiere vender su edificio (un edificio que el propio consistorio denunció que estaba en mal estado) y en el “pack” está incluido el Marsella. ¿Pero estamos hablando de un simple bar, un local más para aumentar la transacción, o de un patrimonio de la ciudad?
Es cierto que el Ayuntamiento incluye el establecimiento en su catálogo de patrimonio, pero con la calificación C, el nivel de protección más bajo (también existe el nivel D, pero está dedicado a los bienes de interés documental). Literalmente podemos leer en el catálogo: “El interés del bar Marsella radica en que crea un tipo de ambiente característico del Raval, seguramente imposible de exportar a otra zona de Barcelona. El estado de aparente dejadez le confiere un tono apto para las reuniones bohemias. La singularidad, pues, no hay que buscarla ni en el mobiliario -vitrinas, espejos y pavimentos un tanto degradados, e iluminación incorrecta-, sino justamente en la capacidad evocadora a otro momento histórico que este local provoca”. Incluso reconocen en el texto que “han ido desapareciendo locales similares en la zona”. Por ello, si hay que intervenir como consistorio, se debe garantizar el “mantenimiento ambiental” y el “de los elementos ornamentales interiores originales”. Una solución sería que el comprador del edificio ofreciera al gerente del local un nuevo contrato de alquiler o de compra, y esas y otras alternativas, según nos explican desde fuentes oficiales, están proponiendo como mediadores. Hasta ahora, no hay resultados concretos.
Aunque el nivel C (Bien de Interés Urbanístico) es la categoría que menos protege al establecimiento, la página web del Ayuntamiento dedicada al patrimonio arquitectónico explica que, como en el nivel A (Bien Cultural de Interés Nacional) y en el B (Bien Cultural de Interés Local), "es obligado el mantenimiento y no es posible el derribo".

La presión ciudadana

Lamiel, que nos recuerda que si cierran se quedan cuatro familias sin trabajo, se ha dado cuenta de que las firmas electrónicas contra el cierre (en change.org ya hay más de 3.000) son una forma de presión importante: “Muchos creen que no sirve para nada, pero no es verdad”.

Estos días el Marsella -abarrotado por una mezcla de curiosos, turistas despistados, e indignados con su potencial cierre- combina su decoración barroca, sus espejos y sus botellas antiguas, con carteles que animan a detener la clausura del local. De todos modos, José Lamiel, que está en la puerta del bar dando la bienvenida a todos los clientes que han venido a apoyarle, asegura que durante esta última semana no ha recibido noticias ni del Ayuntamiento ni del propietario. Todo sigue su curso, la fecha señalada se acerca, pero él ha tomado la decisión de no abandonar.
El Marsella tiene casi dos siglos de historia. Y, pese a todas las dificultades, aún respira.

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