por ZIGOR ALDAMA para EL PAÍS el 22 MAR 2013
Los centros de acogida para niños se han convertido en
un lucrativo negocio en Camboya
Algunas organizaciones luchan contra ellos
No se ha detenido por completo el
tuk-tuk -triciclo a modo de taxi- y ya aparece un hombre para dar la bienvenida
a los recién llegados. Un cartel de tamaño generoso invita a regresar por la
tarde para disfrutar del espectáculo diario de danza clásica, y otro más
pequeño pide a los visitantes que escriban una reseña del lugar en Trypadvisor,
la principal web de críticas del sector turístico. “Gracias por visitar ACODO.
Pasen, pasen”, invita el responsable. Podría ser cualquier negocio de la
bulliciosa Siem Reap, que vive un boom sin precedentes en Camboya gracias al
magnetismo de los templos de Angkor. Pero es un orfanato.
Concretamente, es uno de los 60
que hay en esta ciudad de menos de 200.000 habitantes, y cuenta con la ventaja
de estar ubicado a un kilómetro de Pub Street, la principal concentración de bares para turistas. “Actualmente acogemos
a 74 niños y niñas que reciben clases y tres comidas diarias, y queremos
construir unas nuevas instalaciones para darles formación en mecánica y abrir
un taller”, explica el responsable de ACODO mientras permite a los visitantes
irrumpir en medio de una clase y tomar fotografías de los niños. Reconoce, eso
sí, que “no todos son huérfanos”. Asegura que algunos son discapacitados,
aunque durante la visita no aparece ninguno.
Los destartalados edificios del
centro de acogida muestran en placas los nombres de los donantes que han hecho
posible su construcción, no faltan españoles, y el recorrido por el centro de
acogida termina en la oficina de la entrada con la firma en un libro de visitas
en el que hay que rellenar una casilla destinada a la cuantía del donativo.
“Operamos exclusivamente con donaciones individuales”, algo que permite a ACODO
librarse del control de cualquier ONG internacional. 82 de las 104 entradas que tiene en TripAdvisor califican el lugar de "excelente", y sobre
todo gusta la función de danza que los niños llevan a cabo a las 18.30 horas.
Basta un vistazo a los folletos
que se amontonan en los hoteles de Siem Reap para darse cuenta de que los
orfanatos gozan de buena salud.Espectáculo solidario de música tradicional, ¡Ayuda a niños huérfanos y discapacitados, ven a ver nuestras
instalaciones!, son algunos de los reclamos que
lanzan niños sonrientes desde los trípticos. Pero organizaciones como Unicef se oponen frontalmente a este turismo de orfanatos. De
hecho, incluso han diseñado un impactante anuncio, publicado en revistas de
ocio, en el que se pide a los turistas que no acudan a estos centros, que suman
ya más de 240 en todo el país.
“El número de visitantes en el
país se ha duplicado desde 2005, y lo mismo ha sucedido con la cifra de centros
de acogida de menores”, apunta Michael Horton, director de Concert, una ONG que
trabaja para aconsejar a los turoperadores y coordinar el trabajo de otras
organizaciones. “Curiosamente, en el mismo periodo el número de huérfanos
camboyanos se ha reducido considerablemente”.
Las estadísticas oficiales
confirman este hecho. Solo uno de cada cuatro menores internados en orfanatos
carece de padre y de madre. “Es más, muchas de estas organizaciones reclutan niños en las zonas más pobres”, denuncia Chhaya Plong,
responsable de Unicef en la oficina de Battambang, uno de los principales
núcleos urbanos del noroeste del país. “Para familias que tienen seis o siete
hijos, muchos son una carga y deciden darlos al centro de acogida por
comodidad. Creen que les están haciendo un favor, pero en el momento en el que
abandonan la comunidad, su vulnerabilidad crece exponencialmente, y están
expuestos a todo tipo de abusos”.
El no va más de esta afirmación
se demostró hace año y medio, cuando un juzgado de Siem Reap sentenció a dos
años de cárcel a Nick Griffin, un británico que llegó a Camboya en 2006 para
poner en marcha diferentes proyectos de ayuda al desarrollo, por abusar de
menores que residían en el orfanato que él había construido. Aunque Concert
califica el caso de Griffin como “una excepción extrema”, Horton considera a
los niños de los orfanatos de Camboya víctimas del tráfico de personas. “Estos
lugares se han convertido en un negocio que fomenta la corrupción y resta
recursos a programas bien planteados. Por eso, los centros de acogida no son la
solución sino parte del problema”.
Unicef aboga por reducir al
máximo el internamiento de menores. “La separación de los padres siempre
resulta traumática y, a largo plazo, tiene efectos negativos. Pero los donantes
extranjeros destinan más fondos a los orfanatos que a programas para el
desarrollo de la comunidad porque siempre es más fácil publicitar un centro de
acogida”, explica Plong. No saben que, a los 18 años, muchos de los chavales se
quedan en la calle sin ningún tipo de protección.
“No
queremos evitar que los turistas se impliquen en mejorar la situación del país,
y sin duda son una fuente de donaciones interesante, pero ha de tener en cuenta
la dignidad, la privacidad, y la seguridad de las personas a las que se
dirige”. Además, las irregularidades son la norma en unas cuentas que, como
apunta Plong, nunca son auditadas. “En algunos lugares, a los niños incluso se
les mantiene artificialmente sucios y delgados para que den pena,porque ¿quién va a donar dinero para unos niños que
parecen sanos y están bien vestidos?”.
Yo me bajo de este mundo, que decía Mafalda.
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